Dibujo hecho por Valeria Joaniquet
Parece que últimamente el mundo de las terapias, de la salud
natural y de lo alternativo, incluso de lo espiritual, se divide en dos
fracciones muy opuestas: las nuevas energías y las antiguas o viejas energías.
Las “nuevas” se asocian con lo válido, lo máximo, lo potente,
lo que “toca”, etc.; por el contrario, las “viejas”, son sinónimo de obsoleto, lento,
inútil, inadecuado y “a erradicar”. Se utiliza incluso como algo peyorativo
cuando se dice de alguien o de algo que no está en sintonía con las “nuevas
energías”. Y a la vista de esto, no puedo evitar preguntarme varias cosas, la
primera de ellas: ¿quién decide si son de un tipo u otro? Empezando porque la
definición de energía ya es complicada en sí misma y habrá variedad de ellas,
según a quien se pregunte, si además se le añade el adjetivo calificativo
delante, aún resulta más confuso. Quizás ponemos etiquetas por afán de
identificarnos con algo, que en realidad desconocemos.
Hay multitud de mensajes canalizados, incluso cursos o
talleres que han sido transmitidos por esa vía, pues cada vez más personas
tienen esa facilidad o capacidad, y eso en sí mismo, no es malo ni bueno por
decirlo de algún modo. Y es más, la mayoría estamos captando información sin
ser conscientes, tanto si proviene de seres extracorpóreos, como del universo,
como del inconsciente colectivo, sólo que muchas veces ni siquiera nos damos
cuenta. Es más que razonable la
costumbre de cuestionarse si eso es utilizable o no para cada cual, y si
resulta práctico a la hora de aplicarlo: ¿quién puede determinar lo verdadero o
falso del contenido que se recibe? ¿Hasta qué punto es fiable, o es producto de
la mente –el cerebro humano es extraordinariamente complejo- de quien está
haciendo de canal? ¿Y cómo podemos comprobar la fuente de dicha información?
¿Quién dictamina si esa fuente está a favor del bien colectivo o todo lo
contrario? Creo que es importante que cada quién determine qué es verdad para
sí mismo, independientemente de dónde provenga la información que se recibe y
de quién la propague. La Verdad con mayúsculas, como Verdad única, de momento
queda fuera de nuestro alcance, al menos para una gran mayoría. Es casi una
prioridad, poder tomar cualquier consigna con pinzas, y dejarla reposar hasta
sentir si realmente eso tiene o no que ver con lo que somos cada uno
individualmente, como ser irrepetible, a todos los niveles.