Esta es la historia de un ratoncito corriente, un pequeño
animal que vive solo en una casa, si exceptuamos sus demás habitantes humanos.
Una grieta que se encuentra en la parte baja de una de las
paredes de la cocina, y que se ensancha lo suficiente hacia dentro, sirve para
que el ratón haya hecho de ese lugar su exigua guarida.
El ratoncito sale tan sólo cuando no hay nadie a la vista, no
se escuchan voces o pasos, y la casa se queda tranquila. Sabe que casi siempre
encontrará algo que llevarse a su estómago, a veces más, a veces menos; unas
más sabroso o apetecible que otras. Nada más tiene que asomar la naricilla y
dar unos pasos para conseguir hacer suyo aquello que ha quedado en el suelo u
olvidado en alguna superficie, a la que, con más o menos suerte, tiene acceso a
pesar de su pequeño tamaño.
Su vida es rutinaria y tan estrecha como el lugar donde se
cobija, y nunca se ha planteado qué habrá más allá de los escasos metros que
conoce. A pesar de quedarse a solas a menudo y llevar tiempo en la casa, ni se
le ha ocurrido explorar un poco los alrededores de su constreñido mundo.