Hace ya tiempo, en algún lugar de una pequeña aldea, vivía modestamente con su marido, una mujer embarazada de varios meses. Éste trabajaba en el campo duramente para conseguir lo mínimo necesario, y pensaba preocupado si eso sería suficiente cuando naciese su hijo. Solía pasar las jornadas fuera y volvía cuando ya había caído el sol, cansado y hambriento, con ganas de sentarse junto al fuego en invierno o fuera, cerca de la puerta, en verano, y de disfrutar de la compañía de su esposa. Ambos cenaban casi siempre en silencio, pues aunque tenían buena relación, no eran muy habladores. Si había algo importante que decir, se lo contaban, pero con pocas palabras.
Todos los días la mujer, sola en su hogar, limpiaba,
cocinaba, iba al río a lavar la ropa, cosía… se ocupaba de que todo estuviera
dispuesto y a punto. Ahora además, tenía un trabajo extra: ir preparando todo
lo necesario para cuando naciese el hijo que esperaban. La falta de recursos
era suplida por la generosidad de algún vecino y por su imaginación e
inventiva.