Salía de una residencia de recuperación para personas mayores, donde había ido a visitar a un familiar, como cada semana. Para acceder a la calle hay que atravesar una zona que podría llamarse jardín porque tiene una pequeña placita con bancos, algunos árboles grandes y un parterre con arbustos. Cuando hace sol se llena de personas convalecientes con sus acompañantes, pero ese día en concreto ya era la hora de comer y no había ningún anciano, sólo una pareja joven que debía venir de otro de los edificios que forman el conjunto hospitalario.
Él casi tumbado en
una silla de ruedas, con la cabeza sostenida por un accesorio especial para
ello, en pijama de rayas y zapatillas, tapado con una manta y el cabello pegado
de haber estado muchas horas tendido en la cama. Ella, inclinada hacia él, morena
y bonita, le retira algún cabello del rostro y se lo acaricia con el dorso de
la mano. Le sonríe y le habla, con la otra mano sobre él,
quizás cogiéndole la suya, y aunque no puedo oír lo que dice, sí que veo su
mirada llena de ternura. Parece que él está llorando, o al menos tiene las comisuras
de la boca hacia abajo y su expresión muestra desesperanza y dolor.
Todo eso lo capto en
un breve instante, ellos ni siquiera se dan cuenta de que estoy pasando a unos
metros, pues están pendientes el uno del otro.
Me siento como una
intrusa por haberlos observado, a pesar de que no era ésa mi intención cuando los vi
medio tapados por las hojas y la perspectiva. Después sí, después los miro todo
lo que mi rápido paso me permite para no importunarlos y que no se den cuenta
de que estoy entrando en ese espacio de intimidad, aunque sea un lugar semi público.
Me marcho de allá imaginando
historias con ese breve retazo de realidad que acabo de contemplar por sorpresa.
¿Serían una pareja que se iba a casar cuando él tuvo un terrible accidente que
le dejó prácticamente impedido? ¿Son un matrimonio joven que quizás acaban de tener
algún hijo y poco después ha sucedido el grave percance? También podría
imaginar que son hermanos o amigos, aunque no es probable por la escena que
acabo de describir: la mirada y el gesto de ella, el desaliento de él, muestran
una relación más profunda…
Les construyo un diálogo
mentalmente casi al mismo tiempo que los voy dejando atrás.
La actitud de la
mujer dice más que todas las palabras que pueda inventar: estoy contigo, pase lo que pase, no te abandonaré. La de él refleja
tremendo sufrimiento por ver como esto no sólo ha afectado su vida, sino la de otras
personas, y especialmente, la de ella.
Sigo mi recorrido
habitual pensando en todo eso. Me digo: el
mundo está lleno de miseria y sufrimiento, aunque pensar esto no va a
cambiarlo. Me siento afortunada por ser como soy y por como es mi vida, por todas
las cosas a las que no doy importancia porque están asumidas como “normales” y
no tengo en cuenta que pueden desaparecer cualquier día, en cualquier momento,
por una tontería, por una decisión aparentemente neutra y sin importancia…
En ese momento me
pregunto: ¿qué podría hacer yo para
contribuir a que ese dolor en el mundo se aligere? Y la respuesta, sale de
una parte de mí que no es exactamente mía, pues no ha tardado ni una décima de
segundo en aparecer; de hecho ha sido más como si alguien ajeno a mí, estuviera
contestándome. La respuesta es reveladora, contundente y clara. “Dejando de
quejarte”.
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