Hace ya tiempo, en algún lugar de una pequeña aldea, vivía modestamente con su marido, una mujer embarazada de varios meses. Éste trabajaba en el campo duramente para conseguir lo mínimo necesario, y pensaba preocupado si eso sería suficiente cuando naciese su hijo. Solía pasar las jornadas fuera y volvía cuando ya había caído el sol, cansado y hambriento, con ganas de sentarse junto al fuego en invierno o fuera, cerca de la puerta, en verano, y de disfrutar de la compañía de su esposa. Ambos cenaban casi siempre en silencio, pues aunque tenían buena relación, no eran muy habladores. Si había algo importante que decir, se lo contaban, pero con pocas palabras.
Todos los días la mujer, sola en su hogar, limpiaba,
cocinaba, iba al río a lavar la ropa, cosía… se ocupaba de que todo estuviera
dispuesto y a punto. Ahora además, tenía un trabajo extra: ir preparando todo
lo necesario para cuando naciese el hijo que esperaban. La falta de recursos
era suplida por la generosidad de algún vecino y por su imaginación e
inventiva.
Uno de esos días, podría haber sido ese como otro, estaba
sola como de costumbre en la cabaña y alguien llamó a la puerta. Creyendo que
sería algún conocido de la vecindad, abrió encontrándose delante una mujer casi
anciana vistiendo ropa deslucida, con un cayado y el viejo calzado apenas
reconocible por el polvo que lo cubría, que le pidió algo para comer. La mujer
más joven la miró extrañada de que acudiese precisamente a ella, que no tenía
apenas para cubrir sus propias necesidades y las de su marido, pero pensó que
sería alguien que estaba de paso, y lo más amablemente que pudo, le dijo que no
le era posible, puesto que poco tenían para ellos. La anciana insistió, sin
suplicar, sin orgullo, sin sonreír y sin mostrar enfado. Tenía cierta dignidad
y un porte que no encajaba con su atuendo. La dueña de la cabaña, sintiendo en
el alma no poder darle nada, se negó de nuevo y se señaló la abultada barriga
por si acaso había pasado desapercibida bajo el amplio delantal. La anciana,
por tercera vez, reiteró su demanda y por tercera vez, algo confusa, la mujer
joven le denegó lo que ésta le solicitaba.
Con una mirada indescifrable y tocando brevemente con su mano
la barriga de la joven, dijo –así sea,
entonces me llevo algo mucho más preciado
para ti: la voz de la hija que va a nacer de tu vientre. Y dándose media
vuelta empezó a alejarse. Sin apenas tiempo para reaccionar, la mujer
embarazada entró precipitadamente y cogió lo primero que encontró en donde
guardaba los escasos alimentos, saliendo con premura y cuando llegó a la
puerta, observó espantada que la anciana no se veía por ningún sitio. Era
imposible que fuese tan deprisa como para desaparecer, pues prácticamente todo
el trecho de camino era visible desde allá y en los alrededores no había lugar
para esconderse, ni otras viviendas tan cercanas como para que alguien que
caminase incluso rápido, hubiera podido entrar en alguna con tan poco tiempo.
La mujer, sofocada, esperó impaciente el regreso de su esposo
para poder explicarle lo sucedido, casi dudando de que aquello fuese real.
Cuando se lo contó, éste movió la cabeza y la tranquilizó con palabras
sosegadas diciéndole que habría sido una amenaza producto del enfado por no
haber obtenido nada, pero que era imposible que aquello se llegara a cumplir.
Pasaron las semanas y la mujer joven empezó a creer que la
escena había sido producto de su imaginación, que no había sucedido nunca, ya
que nadie supo de la anciana, ni la vieron en la aldea o pasando cerca por los
caminos. Pronto lo olvidó incluso, con la preocupación más apremiante del
próximo nacimiento.
Cuando finalmente llegó el momento del parto, a pesar de ser
primeriza tuvo sin problemas una niña, con la ayuda de algunas mujeres
expertas. Sólo hubo algo extraño y es que, aunque el bebé recién nacido abrió
la boca, se contrajo su carita con una mueca y salieron lágrimas de sus ojos,
ningún sonido parecido al llanto anunció su llegada a la vida. Ni ese ni ningún
otro: sólo silencio. Y entonces la reciente madre, lloró por ella y por su
hija, amargamente, deseando haber cumplido el deseo de la anciana y que eso no
hubiera sucedido nunca. Se decía a sí misma “si lo hubiera sabido, nada de esto
habría pasado” una y otra vez, culpándose por la falta de voz de la niña.
La niña sin voz fue creciendo sana y vivaracha, y pronto su
madre se dio cuenta de que al no poder hablar, había desarrollado otras facultades:
se comunicaba de igual a igual con los seres de la naturaleza, fueran animales
o plantas. Los primeros acudían mansamente a jugar con ella aunque fueran
salvajes, las segundas, daban sus mejores flores y frutos cuando ella estaba
cerca o las tocaba: no le hacían falta las palabras para hablar. Y con los
seres humanos se entendía fácilmente con elocuentes signos o gestos, de manera
que ni ella ni nadie, se preocupaba por la falta de voz.
Cuando cumplió diez años, a su manera, hizo saber a sus padres
que debía ir en busca de su voz, que era necesario para ella encontrarla, pues
en sueños había visto a la anciana que le decía que sólo a ella en persona se
la iba a entregar y que había llegado el momento adecuado para devolvérsela.
Y así empieza otra historia, que es la búsqueda de una parte
de sí misma. Pero eso será en otra ocasión.
NOTA: Estos cuentos
fueron inspirados durante un trabajo individual específico con varias personas
diferentes. Para cada una de ellas surgía una historia, siempre distinta de las
de las demás. Cuando empezaba a hablar no tenía ni idea de lo que vendría a continuación
ni de como seguía o acabaría la historia. A pesar de que tardé varios meses en
escribirlos, volvieron a surgir las palabras sin dificultad, e incluso con más
detalles.
Hace relativamente
poco, mandé a otra persona ajena a su procedencia, uno de los cuentos
y cuando nos volvimos a ver, me dijo que ya lo conocía. Me quedé tan
sorprendida que la acribillé a preguntas. Me respondió que lo había leído
hacía ya tiempo pero que no recordaba donde y que excepto el final, todo lo
demás era casi idéntico. Yo no le había comentado nada del origen de esas
historias cortas y en aquel momento se lo expliqué. También le pedí que si
averiguaba donde lo leyó, me lo hiciera saber para que pudiera ver la fuente de
la historia. De momento no me ha pasado con ninguno de los otros cuentos porque
los he divulgado recientemente, y por lo tanto, si alguien los lee y le suena
haberlos visto ya en otra ocasión, agradeceré que me informe del autor/a, del
título del libro, etc.
Me di cuenta cuando
tuve algunos recopilados, de que a pesar de su sencillez- o quizás justamente
por eso- tenían varias lecturas y eran muy universales, independientemente de
que en el momento de la sesión pudieran estar dirigidos a una persona en
concreto. Eso me hizo decidirme a compartirlos, por ahora a través de este
medio, aunque no sean muchos. Espero y deseo que sigan creciendo con el
tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario